El hecho de protegernos de catástrofes potenciales puede paradójicamente hacernos mucho daño.
Es absolutamente sensato tomar medidas para evitar situaciones peligrosas. Llevado a su extremo y de forma rígida esto puede volverse un gran sufrimiento y una discapacidad notable. Tener miedo es comprensible. Tener como objetivo no sentir miedo nos lleva a una gestión patológica.
Así puedo tener miedo de un accidente de avión y sin embargo tomar el avión entregándome a la probabilidad mínima de un accidente y aceptando que el vuelo será sin duda desagradable y que tendré miedos, ansiedad e imágenes incontrolables de los peores escenarios.
Evitar es reforzar el miedo y hacer real la incapacidad. Enfrentarse, sin ayuda, aceptar una medida sabia de riesgos e incertidumbre nos permitirá vivir mejor. No sin miedo pero mejor. Al contrario usar el miedo como criterio para hacer o no hacer algo, hará nuestra vida siempre más estrecha y empujándonos un lugar exento de sentido que nos hemos escogido.